Aula Socrática VI: PEDAGOGÍA EXPERIENCIAL Y ESTÉTICA

AULA SOCRÁTICA VI: DESDE UNA PEDAGOGÍA ESTÉTICA Y EXPERIENCIAL

Educación y violencia

             Pareciera que la violencia es el rasgo que perfila al hombre de hoy; una violencia que amenaza no sólo con destruir vidas, sino que amenaza con destruirnos en vida. Se trata de una violencia de distinto alcance a aquella que recorrió la historia de generaciones anteriores. Esa, tenía carácter de episodio, por cuanto se circunscribía a tiempos y espacios, independientemente de la frecuencia, extensión y crueldad que pudiera revestir. Cualquiera fuera su forma – riña, homicidio, guerra, genocidio u otros- era considerada, al menos en la formalidad, un mal que toda persona o grupo social civilizado tenía como deber evitar. Es importante destacar el carácter episódico que entonces le caracterizaba; pues era ella la que aparecía destemplando la vida, rompiendo con la continuidad y armonía que genera la paz y no, a la inversa, como acontece en la actualidad, donde el vivir en paz se reduce a momentos extraordinario, a especies de episodios entre guerras.

          Lo cierto es que la violencia ha cambiado; mejor dicho, el hombre actual la vive, valora y enfrenta de forma distinta. Participamos de ella a diario, en forma constante, continua; se hace habitual, rutinaria. Es la violencia como estilo de vida; sin distingos de edad, sexo o situación socioeconómica: Niños, jóvenes o adultos son nota habitual de la crónica de asaltos, violaciones o asesinatos. Múltiples guerras se superponen en un entramado de grandes y pequeñas potencias La violencia intrafamiliar forma parte de las estadísticas de los telediarios. La drogadicción, el abuso sexual y laboral, dan lugar a poderosas redes de corrupción que involucran actores de los más diversos sectores económicos y profesionales. El lenguaje ofensivo es parte del habla común. La agresión cobra víctimas en las escuelas… En fin, un hombre violento y/o violentado va configurando un mundo del mismo tono; un mundo que nos limita y nos hace vivir defendiéndonos; esto último, muchas veces también en forma agresiva.

           Eugenio Yáñez Rojas, filósofo y profesor universitario por más de veinte años, en las primeras líneas de su libro “Crisis y esperanza” hace una breve pero dramática estadística de algunas de las amenazas que afectan a la sociedad en general y, en ella, a sus alumnos universitarios:
             “Si usted demora diez minutos en leer este prólogo, en ese lapso se habrán producido en el mundo 15 suicidios (uno cada diez segundos), 4000 abortos (400 por minuto) y 10 asesinatos. Morirán poco más de 3000 personas (una cada diez segundos) víctimas del sida. Los más de 41 conflictos bélicos que azotan al mundo habrán cobrado cientos de inocentes víctimas. Otras tantas morirán a causa del terrorismo. En estos diez minutos centenares de niños habrán muerto literalmente de hambre o serán maltratados y/o abusados sexualmente. También gran cantidad de mujeres (y algunos hombres) estarán siendo agredidas física y psicológicamente por sus “parejas”. En Sudáfrica habrán violado a 40 mujeres. En este breve lapso miles de personas están intentando escapar del tedio y vacío existencial (quizá un hijo o hermano, un padre o un amigo) a través de la droga y el alcohol o tal vez visitan algún especialista para superar su depresión, angustia, crisis de pánico y tantos otros trastornos mentales. ¡Y podríamos seguir! En suma, en estos diez minutos nos encontramos con demasiada muerte y destrucción, con ríos de lágrimas, impotencia y desesperación” (Yáñez, E. (2004). Crisis y esperanza (1ª. ed.). Santiago, Chile: RIL.)

           ¿Decadencia o crisis? Toda crisis implica cuestionar y cuestionarse, entrar en estado de alerta ante la incertidumbre o la inestabilidad que se percibe. Hay que detenerse pero no para quedar estático, sino para reflexionar, decidir, discernir. Hay que descubrir qué es lo que se debe desechar y qué es lo que se debe salvar, atesorar, cultivar. Se debe terminar con…, renunciar a…, distinguir entre savia y corteza; sólo así la maleza no destruirá el fruto. No, no es lo mismo entrar en crisis que ir en decadencia. En la primera, no sólo hay un no dejarse estar sino un fortalecimiento del espíritu: en medio de la oscuridad, del caos, de la confusión, el alma fiel al ideal, a los valores trascendentes, pone en tensión todas sus capacidades para buscar la luz, el orden, la proporción, la armonía. Por ello la crisis es amenaza y oportunidad; decadencia y maduración. La amenaza se hace presente cuando huimos para no enfrentarnos ni enfrentarla; cuando sucumbimos ante la presión de los demás y de las propias debilidades; cuando disfrazamos la felicidad de bienestar o placer, cuando la vida es sólo agitación y violencia. El peligro de la crisis es la decadencia, el vacío existencial. La oportunidad que nos ofrece la crisis se resuelve en su enfrentamiento; cuando ponemos en juego nuestro temple, fe y esperanza; cuando renovamos nuestro compromiso vocacional y con los valores. Es este juego de amenaza y oportunidad y el deber profesional lo que justifica esta tesis. Necesitamos aprovechar cada situación que nos ofrece la vida para educar, para enseñar a enfrentar las crisis propias de toda vida y la de un mundo amenazante en forma extraordinaria. Uno de mis recordados maestros, D. Héctor Herrera Cajas decía:

             ”Tenemos que continuar, esa es nuestra tarea ineludible, a la cual no podemos hacerle el quite. Pero para eso, para encarar la crisis, es indispensable prepararse, y esto es, en último término, la gran tarea de la educación: preparar al niño, al joven, para que sea capaz de enfrentar un mundo que va a provocarle tensiones tremendas que, en algún momento, aparecerán como desgarros inmensos…” Herrera, Héctor (1988). Dimensiones de la responsabilidad educacional. (1ª. ed.). Santiago, Chile: Ed. Universitaria.

              La violencia implica una pérdida de la sensibilidad, del asombro; ya no nos conmueve. Los medios de comunicación nos han inoculado y la objetivación se ha apoderado de las aulas, quitando de nuestra mirada y entendimiento lo valioso del Universo, de cada uno de nosotros y de nuestros mundos. Sin un sentido de verdad, bien ni belleza, dignidad, es fácil destruir todo; partiendo por destruirnos a nosotros mismos. Todo está al mismo nivel; todo es comprable, desechable, sustituible, innecesario, reemplazable. Sólo una pedagogía enraizada en la realidad, nos podrá llevar al reencuentro con lo valioso de ella y reencantarnos en la búsqueda de un ideal.
         
Hacia una educación de la sensibilidad y de lo estético.

        Nuestro sistema nervioso y órganos, nuestra capacidad racional y emocional, nos disponen, en la medida que están sanos, a tener una serie de sensaciones y análisis que nos pueden provocar experiencias de gusto, agrado, placer o sus contrarios: disgusto, displacer o dolor, desagrado. A diferencia de ello, la sensibilidad implica una toma de conciencia y el descubrimiento, redescubrimiento o creación del sentido que vincula sensaciones, ideas, emociones, a valores que les trascienden. Veo el movimiento de los astros y planetas, estudio y entiendo una serie de relaciones y fórmulas astrofísicas explicativas de las órbitas, me alegro y emociono ante el éxito del lanzamiento de un nuevo observatorio espacial; pero aún no tomo conciencia de todo lo que ese conocimiento me está diciendo…

           La sensibilidad como conciencia del valor de una realidad o situación, de un ámbito, nos muestra la materia pero para desocultar lo que está a resguardo, atesorado pero al mismo tiempo esencial y explayándose en un sentido trascendente. Los sentidos nos ofrecen una somera información; una especie de llamado de atención que luego debemos integrar en un examen de conciencia…Por eso uno de los peligros es que al entregar el conocimiento disperso, la realidad fraccionada, el educando se quede en la parte o aspecto y no capte el sentido cuyo valor se aprehende en el todo; y no sólo de una realidad sino de la situación real en que esa realidad actúa respecto de otras y de un todo situacional. Por lo mismo no capto el sentido que tiene en el otro su palabra y su mirada; no lo escucho ni veo; menos aún percibo su intención ni su valor; lo más increíble y trágico que tampoco los propios. ¿Qué hace la pedagogía al respecto?

            Recuerdo aún esas clases de biología, donde se supone, aprenderíamos a entender, valorar y respetar la importancia de la vida, nuestras vidas y las de los demás. Pero… ¿podemos llamar biología al repetir una y otra vez las funciones y partes del aparato circulatorio, del ojo o del aparato reproductor? ¿Aprendemos a respetar la vida de la naturaleza, analizando cadáveres de insectos o peces? ¿Facilitamos de esa forma la captación del sentido, nobleza, belleza y valor de la vida? Tuve un profesor en mis tiempos de estudiante, a quien aprendí a valorar no a través de sus clases sino de un libro “Memorias de la otra existencia”. Al terminar sus estudios, recordaba con gratitud a quien calificara de cómo “cierto exótico profesor de la escuela”, su profesor de anatomía comparada, Hans Möllendorf “maestro eminente, único en quien había observado a cada paso una especie de estremecimiento estético en la manipulación de las materias de su especialidad. Entonces sucedía algo inesperado y sublime. El profesor perdía la rígida compostura de sus gestos y movimientos y su inexpresiva mímica de expositor objetivo. Olvidado del rigor de su clase se transformaba en el estupefacto contemplador de algo inaudito. Entonces absorto en el espectáculo de una probeta o de una lámina en el fondo de un microscopio, el profesor emitía opiniones carentes de todo valor científico y absolutamente inverificables. Decía por ejemplo “Aquí tenemos una suspensión de diatomeas que ejecutan un maravilloso ballet acuático” (…), otras decía, “Si vivir es crecer, entonces vivir es interpretar una partitura. Y el alma, cada alma, es el intérprete de esa partitura”. “Ah, si tuviésemos, agregaba, oídos más delicados oiríamos el crecimiento desde la mórula hasta el embrión como un crescendo en que van entrando sucesivamente los vientos, las cuerdas y los cobres, y sentiríamos a la vez que el alma goza indeciblemente al componer su propio cuerpo”. Le daba, pues, gracias a ese hombre poco común y a la vez me preguntaba que le sucedía al alma una vez cumplida su jubilosa tarea, despertada ya al mundo y entregada a su propia decisión. ¿Podría ella hacer de sus energías aún no gastadas el despliegue simple e impecable de una música concertante” (Rafael Gandolfo B. Ed. Universitaria, 1985, p. 86-87). Amor, contemplación, sensibilidad para aprehender lo esencial y su belleza tras lo que aparece como primera información a los sentidos y a la razón…Entonces se toma conciencia, porque nos sobrecoge, la armonía, el resplandor del ser, es decir, su auténtica belleza; la belleza de ser. Ese mismo conocimiento que a veces parece asfixiarnos por la forma como nos lo entregan, en otros hace que pase a ser sentido de vida; por algo será…
           Estamos ante lo que podríamos llamar Pedagogía y Educación Estéticas: Pedagogía que educa a partir del encuentro con la realidad a través de su belleza; pedagogía que nos coloca en situaciones que nos instan a afinar el espíritu, el entendimiento, para discernir entre lo esencial y lo efímero, lo profundo y lo superficial, la presencia y la apariencia, la morada y el espacio, el ocio y el negocio, la realidad ambital o transobjetiva y los objetos o cosas, el acontecimiento y el dato, lo atesorable y lo desechable, lo superior y lo inferior, la belleza y lo bonito...
      "Hay formas distintas de belleza. Entre ellas destaca lo sublime, lo que nos asombra por su grandeza y valor, y nos invita a elevarnos a su altura. Esta elevación sólo podemos llevarla a cabo si somos sensibles y receptivos. (...) Cuando se piensa en lo pobres, se lamenta automáticamente su carencia de alimento, vestido y hogar. Pero se alude menos a la sordidez del ambiente y a la fealdad del entorno. Parece olvidarse que la belleza va de la par con la verdad y la bondad. Son tres lo ejes de la vida humana normal" (Alfonso López Quintás en "El Libro de los valores" que escribiera junto a Gustavo Villapalos. Planeta 1998. España, p. 351 y 353)

    ¡Qué riqueza de ser la de hombre y cuán compleja! En el mundo natural, cada realidad está predeterminada a cumplir con su ser - el puma a ser puma, la montaña a ser montaña. En la existencia de estas realidades no hay engaño; en sus respuestas no hay error. Sus existencias son auténticas, simplemente son y, en ellas, el bien es natura y la belleza también. Por lo mismo, bien, verdad, belleza, en las realidades naturales, no implican mérito porque están inscritos en su constitución; pronto a desarrollarse espontáneamente en consonancia con sus esencias. Pues bien, mientras la naturaleza despliega sus fuerzas de ser sin más; el ser humano, consciente de esas realidades, de la propia realidad y de ser, responde ante sí y ante lo y los demás, acogiendo o rechazando, descubriendo y ocultando o desfigurando, colaborando o abortando… Sólo la educación de la sensibilidad, permitirá apreciar la grandeza en lo pequeño, al mismo tiempo que nos despejará la visión cuando los ostentos del camino insistan en separarnos del ideal. Sin sensibilidad para captar los reales valores y los valores morales, no es posible educación ni diálogo alguno.

                  Por último, aclaremos que Pedagogía o Educación Estética no es lo mismo que Pedagogía en Arte o Educación Artística. Mientras la primera forma al hombre contemplador de toda belleza –natural, artístico y sobrenatural- la pedagogía del arte y educación artística forma al profesional creador de obras de arte. Así, la educación estética es parte de la formación de la persona como tal, de toda persona y todo acto personal. Es la formación del hombre como contemplador. Enseñar a vivir la vida y cada uno de sus actos en forma bella, para ser mejores personas, es nuestro reto. Es la belleza del ser la que tiene manifestaciones o proyecciones sensibles para las cuales hay que educar la sensibilidad. La educación de la sensibilidad o estética – de la belleza- impulsa la ascensión del hombre desde lo visible a lo invisible.

La pedagogía es experiencial: “se hace cargo”, “carga” y “encarga de la realidad”

         Se puede indagar (investigar) y no enseñar, pero no se puede enseñar sin haberse preguntado antes por la realidad; sólo así es posible direccionar la creatividad y optar por aquellas respuestas que impliquen un “cultivo de…” y no una “destrucción de…”. En nuestro caso, como educadores a través de alguna especialidad, debemos aventurarnos tanto en la realidad a enseñar como en la realidad de quiénes enseñaremos. Conocer nuestros educandos es conocer la realidad que viven; entender cómo la experimentan, qué sentido y valor le dan en el marco y horizonte de sus biografías irrepetibles. Por lo tanto, conocer nuestros alumnos no es cuestión de investigación de probabilidades estadísticas o juego de variables que son eficaces, no cabe duda, en el ámbito del mundo predeterminado donde A=A. La existencia personal es una historia única que como tal sólo puede revelarse en el encuentro interpersonal; en la convivencia y en la narración: la única forma de entender la fuerza, sentido y dinámica de las experiencias de vida de nuestros alumnos es en nuestras propias experiencias. La pedagogía es “pedagogía experiencial”.

           Pues bien, nos apropiaremos de una distinción que hacía Ignacio Ellacuría respecto tres momentos éticos, para aplicarlos como principios metodológicos de lo que llamaremos “Una Pedagogía Experiencial”: 1) hacerse cargo de la realidad, 2) cargar con la realidad y 3) encargarse de la realidad.

1. «Hacerse cargo de la realidad» implica entender una situación real que tenemos ante nuestra mirada; tener claridad sobre los elementos que la conforman, cómo se conjugan e influyen en ella.
2. “Cargar con la realidad” implica determinar y analizar los distintos grados de responsabilidades que se articulan en una situación; distinguiendo entre causas, influencias y condiciones. La causa es la determinante. Si no tienes el don o virtud del canto, por ejemplo, jamás podrás cantar bien, aunque tengas la oportunidad de acceder a los mejores maestros de canto. Pero si cantas bien, la causa es tu don y tu esfuerzo por realizarlo; el maestro ha sido una buena y a lo mejor gran influencia o apoyo positivo, que ha facilitado la acción de la causa que es siempre íntima; pues somos libres. Ahora bien, podrás saber cantar; pero si estás afónico o estás en un recinto donde se debe guardar silencio; hay que esperar o hacer algo para que cambien las condiciones. Es claro que por muy sanos que estemos de garganta y hayamos tenido muy buena escuela, sin don y amor por el canto, no cantaremos como deberíamos hacerlo. Análogamente, una vez que tengamos claridad sobre las causas, influencias y condicionantes de las situaciones que marcan la historia de vida de nuestros educandos; estaremos en condiciones de “encargarnos de la educación de ellos”
3. “Encargarnos de la realidad” implica estar en condiciones de poder asumir una responsabilidad frente a quienes nos hemos comprometido. Es el momento de responder, de asumir la propia responsabilidad; de tomar las riendas para guiar a quienes nos corresponda por buenos caminos y, si no existen, construirlos. Es el momento de buscar o crear un buen material que resista los embates negativos y otorgue seguridad a educandos y educadores. Es el momento de liderar para instar a otros a colaborar en la misma ruta. Alfonso López Quintás, afirmaba en el libro que escribiera junto a Gustavo Villapalos: “La responsabilidad es siempre proporcional a la dignidad. La dignidad de quien consagra su vida a orientar a niños y jóvenes es muy alta. Se hace responsable del futuro de estas personas y, consiguientemente, de la sociedad”

Antes de hacernos cargo de otros, debemos hacernos cargo de sí mismos.

Entender o entendernos no es fácil. Por ahora, digámoslo en forma simple: Somos lo que hemos ido haciendo de nosotros a lo largo de nuestra trayectoria de vida; en ello debemos incluir lo que podíamos o debíamos haber sido y no fuimos y lo que podríamos o deberíamos ser y aún no realizamos. Entender el actuar personal, es mucho más complejo que tener a la vista un relato de hechos o datos sobre la vida de alguien. A veces la explicación o comprensión de una actitud, decisión o comportamiento está en la interpretación o sentido que hemos dado en el pasado a una experiencia que, para otros, podría no tener mayor incidencia. Vamos mejor por parte:

a) La necesidad de reflexionar sobre la experiencia.
Nuestra vida es un continuo de experiencias o vivencias que van configurando lo que llamamos nuestra biografía o historia de vida. Se trata de experiencias de diversa envergadura o impacto; tanto para nuestra existencia como para la de los demás; experiencias no siempre reflexionadas que, sin embargo, pueden alcanzar el rango de acontecimientos, esto es, marcar el rumbo de nuestras vidas, con su carga de posibles e imposibles. Por ello, no es más sabio quien más ha vivido sino quien constantemente va extrayendo principios de vida a partir de lo experimentado. Podemos pasar por la vida o vivirla con mayor o menor profundidad, dependiendo de cuánto vayamos aprendiendo de la misma. Así, nuestra vida es la historia de nuestras experiencias y de la reflexión sobre ellas, lo que es también una experiencia: la experiencia de reflexionar sobre la experiencia. Así, no es lo mismo la experiencia de amar –estar amando- que la reflexión sobre qué significa amar o que amemos a tal o cual persona. Tampoco es lo mismo ser agredidos o agredir que reflexionar sobre ello, buscando sus causas y consecuencias. Tengamos presente, entonces, que la reflexión sobre una experiencia será siempre sobre una experiencia pasada y que ese pasado podrá ser próximo o remoto.

           Aclaremos que no reflexionar sobre nuestras experiencias de vida no significa que éstas sean algo oscuro o inconsciente. Quien en estos momentos está leyendo estas líneas no está reflexionando sobre su experiencia de leer, pues ello le impediría leer; pero ello no implica que su leer sea inconsciente. De hecho, si le preguntamos qué está haciendo, dirá:”leyendo”. Lo habitual es, entonces, ser “conscientes no –reflexivos” respecto nuestras experiencias o acciones. La reflexión sobre nuestras experiencias nos lleva más allá que la toma de conciencia; implica el acto de volver la mirada hacia nuestro interior, hacia lo que nos está aconteciendo. La reflexión es una introspección, un volverse sobre sí mismo que puede revelarnos las causas, condicionamientos y elementos que están conformando nuestra forma de existir, en un momento de la historia de nuestras vidas; en una situación determinada. Esta reflexión podrá permitirnos descubrir, entender e incluso replantear el curso mismo de nuestras existencias; evaluar nuestros proyectos personales y la forma de llevarlos a cabo y, por último, extraer aquellos principios que nos orientarán en futuras decisiones y se constituirán como criterio de crecimiento, estancamiento o destrucción personal. Nos permite, en otras palabras, hacernos cargo de nuestra realidad.
     ¿Qué nos sucede, qué sentido tiene tal o cual decisión, qué significa tal acontecimiento o persona en nuestras vidas, qué experiencias nos hacen crecer y cuáles nos consumen, qué es lo más importante, qué debemos asumir y qué superar, cuáles han sido nuestros errores y aciertos y cuáles sus consecuencias? En fin, son muchas las reflexiones que necesitamos hacernos constantemente para no perdernos en un mundo cada vez más apremiante y conflictivo que, así como nos ofrece múltiples posibilidades, también nos pone cada vez mayores dificultades para alcanzarlas en forma honesta.

b) Situacionalidad de la experiencia
En cada una de nuestras experiencias está involucrado todo nuestro ser personal; no puede ser de otra manera; somos indivisibles: afectivos, inventivos, morales, intelectuales, sociales (familiares, amigos, adversarios, habitantes, ciudadanos, etc.), creyentes, más o menos saludables o vitales y todo ello en un constante y continuo acontecer que va conformando nuestra historia de vida. Indivisibles, complejos por nuestra riqueza de ser, únicos e íntimos, vivimos situaciones también únicas, que dan una tonalidad a nuestra existencia según sean predominantemente afectivas, morales, intelectuales, religiosas, sociales, corporales, estéticas, etc. Durante el nacimiento de un hijo, por ejemplo, para la madre predominará la dimensión afectiva, mientras para el médico la intelectual; pero, en ambos casos, está allí cada ser involucrado por entero en esa experiencia: su historia de vida, sus valores, sus conocimientos, su afectividad, sus creencias… Entender una experiencia de vida, implica tener presente todas sus dimensiones; sin olvidar que somos únicos e indivisibles, en situaciones de vida también únicas e irrepetibles. Una reflexión sobre nuestra experiencia debe considerar que ésta se da no en el vacío sino en un espacio y un tiempo determinado, que forman parte explicativa de la misma.

c) La reflexión sobre lo que nos acontece no es inmediata.
No cabe duda la importancia de la reflexión sobre nuestras experiencias; sin embargo, es importante tener presente que la reflexión sobre éstas, no es inmediata ni fácil. A veces, la comprensión de algo experimentado cuando niños o jóvenes, lo entenderemos mucho más tarde; después de numerosas reflexiones e iguales aciertos y errores. Es más, recordemos que nuestra reflexión es sobre una experiencia necesariamente pasada; por lo cual "el sentido de una experiencia no llega en realidad a ser nunca decisivo o concluso. Y esto ocurre no sólo porque en el curso de la existencia alteramos la valoración de nuestros propios actos pasados; es que, de hecho, nuestras experiencias reobran sobre las anteriores, y por ello es posible que las valoremos, con el tiempo, de modo distinto." (E. Nicol en su "Psicología de las situaciones vitales”)
¿Cuánto tiene que pasar para entender una actitud, una decisión, una palabra o un silencio? Por ello debemos tener cuidado con nuestro sentido de culpabilidad, con el culpar o culparnos. Así, cuando hoy nos demos cuenta que fue un error la decisión de hablar o callar, hacer o no hacer esto o lo otro; también deberemos tener en cuenta que en ese entonces, tal vez, no teníamos la edad, la sabiduría de vida o conocimientos necesarios para percibir las cosas de otro modo; o, quizás, no se dieron las circunstancias que nos habrían permitido resolver esas situaciones de una manera más eficiente. Acaso hoy encontremos explicaciones o formas de actuar que habrían sido más certeras; pero es bueno tener presente que hoy somos otros. A modo de ejemplo, recordemos las situaciones presentadas en el film Mysterious Skin: Brian y Neil eran niños indefensos cuando fueron abusados por el entrenador; no podían responder de lo que por sus edades y circunstancias afectivas y familiares era para ellos imposible de entender y asumir de otra manera.

d) El pasado que no pasa…
Para nuestro tema – la pedagogía experiencial – nos interesa aclarar algo más la historicidad que nos conforma. En primer lugar, aclaremos que el pasado no es sólo lo que fuimos o hicimos; sino también lo que podíamos ser o hacer y no fuimos o hicimos y lo que sabíamos que no podíamos o no debíamos ser o hacer... ¿Recuerdan alguna experiencia al respecto y de qué forma hoy nos conforma como un posible o un imposible? Pero no es sólo lo que nos ha pasado lo que hoy nos conforma en una especie de estilo de ser, de existir y de habérselas con el mundo; sino nuestra forma de proyectar ese suceso. ¿La madurez adquirida al día de hoy, acaso no nos permitiría tener otra apreciación de los sucesos pasados y, consecuentemente, otra forma de vivir este presente y proyectar nuestro futuro?
“De nuestras experiencias pasadas, unas son más próximas y otras más remotas a nuestro presente actual (…). Lo próximo a nuestro presente puede ser algo que distingamos como remoto en una sucesión temporal homogénea. E, inversamente, lo remoto en el tiempo puede ser, para nuestro presente actual, efectivamente más cercano. Por la función misma del recuerdo, las experiencias pasadas se aproximan a nuestro presente, alejando de él a otras; y el olvido las aleja a todas, unas más y otras menos rápida y totalmente. (…) Es la relación afectiva con el presente lo que determina casi siempre la proximidad o lejanía de una experiencia pasada respecto ese mismo presente. (…) Una experiencia pasada puede sernos próxima lo mismo si ella fue grata, o si su recuerdo es grato, que si fue desagradable.” (Ibíd. Pág. 55)
          Por ello, antes decía que nuestra historia de vida no es lineal, no se lee a reglón seguido. Recuerdos y olvidos saltan espacios, uniendo tiempos lejanos, trayéndolos al presente y alejando otros, hasta hacerlos casi desaparecer…Por ello no hay medidas ni instrumentos válidos para cualificar el tiempo vivido por cada cual, cuán lejano o cuánto pasado ha vivido y cuánta experiencia ha “acumulado” . Las causas de la violencia no cabe duda que se encuentran en experiencias próximas que pueden encontrarse lejanas en el tiempo cronológico; en los inicios de la vida; en el pasado que no pasa… Sin embargo, no estamos determinados por el pasado pues somos, al mismo tiempo, lo que aún no somos.

e) La experiencia del futuro presente y como posibilidad.
           Ser el mismo no es lo mismo que ser igual o idéntico. Nuevas experiencias nos presentan nuevas posibilidades y, por lo mismo, imposibilidades. Y si bien es cierto que hoy somos el resultado de las elecciones y rechazos realizados en el pasado, y que estos circunscriben nuestras posibilidades futuras; no menos cierto es que el pasado no nos limita, no nos cierra o determina nuestra mismidad abierta a los cambios, a lo distinto, a lo que antes no hemos sido o vivido. Podemos cambiar el curso de la historia de nuestras vidas, proyectarla de modo que nuevas experiencias la potencien en direcciones distintas a las hasta hoy llevadas.
         Somos el mismo que se va construyendo día a día, por lo tanto, siempre distinto; siempre novedoso. El futuro, nos es primordial porque en él está la esperanza, el sentido y finalidad de nuestros afanes, de la educación; del paso de la violencia a la paz. Por ello, el hombre que siente no tener futuro posible; es un hombre "sin vida"; "preso de la desesperación", no espera nada; se deja estar. De ahí también la actitud heroica de quien sentenciado de muerte, vive con fuerza cada momento de su vida; de ahí lo sobrecogedor de sus últimas disposiciones y de ahí la diferencia entre quien ve la muerte como un tránsito y quien la ve como el fin de la existencia.
            Si el futuro es lo que puedo llegar a ser o a hacer; si es posibilidad, es importante entonces preguntarse ¿Qué es lo que queremos hacer; quiénes queremos llegar a ser? Nicol dirá "Cuando la facultad de proyectar, agotada por las dificultades del presente, o por la oscuridad del porvenir, se rinde y exclamamos veremos lo que pasa, dejando que el futuro venga a nosotros, incluso entonces sabemos que algo va a ocurrir, que inexorablemente se va a producir una situación en la cual nos sentiremos inmersos, o de la cual seremos constituyentes. Pero no sabemos cuál va a ser ella" Es la incertidumbre agobiante; nos produce desazón, desconcierto, inseguridad. Nos gusta ser previsores incluso, manejar el factor sorpresa en lo que no es decisivo: el regalo o la fiesta sorpresa. Necesitamos la certeza de que lo fundamental de nuestras vidas seguirá un curso de continuidad que nos permite saber de antemano qué hacer, a qué atenernos. Los cambios bruscos nos provocan desconcierto; nos dejan en la crisis del cataclismo que puede ser físico, económico, afectivo, social, moral; etc.

f) Según como habitemos el espacio será nuestra experiencia.
¿Recuerdan algún rincón amado? ¿Recuerdan algún lugar al cual jamás quisieran volver, por muchas comodidades o lujos que éste les ofreciera? Habitamos el espacio; esto es, lo teñimos con nuestra historia de vida y éste, a su vez, nos hace saltar a pasados, provocándonos emociones, recuerdos, que pueden ser gratos o no. Por otra parte, podemos hablar de espacios acogedores o desacogedores; espacios que con su vestimenta, promueven la paz o la violencia. Somos personas que se inspiran en un paisaje o en habitaciones vestidas por experiencias en ellas tenidas. Por ello, el inventario de un lugar no tiene el mismo sentido o valor para dos personas.
Nos proyectamos no sólo según nuestros tiempos, sino en un lugar; en una circunstancia. No da lo mismo cualquier lugar para construir el hogar, para celebrar o para pasear por él. En un lugar somos extranjeros; en otros, estamos en lo nuestro… No es lo mismo invadir un lugar que cultivarlo: “Es el espíritu y no el cuerpo el que arraiga la tierra del lugar”, dice Nicol.
De acuerdo con lo expuesto hasta aquí, es claro que la sabiduría de vida, no dependerá de la edad, puesto que no depende de la cantidad de experiencias, sino del cómo integremos esa experiencia, cómo captemos su sentido de ascensión, de tal modo influya positivamente en nuestros propósitos y fortalecimiento. Muchas veces, no nos damos el tiempo para volvernos sobre nosotros mismos; a veces, por comodidad o temor a no saber cómo enfrentarnos; así el ser humano se va volviendo un inconciente, se va bestializando. Reflexionar sobre nuestras experiencias vividas directamente o en la experimentación fílmica es también una experiencia; tratar de explicar esa experiencia también lo es…

Educación, filosofía y reverencia
Una de las grandes tareas que todo educador debe asumir es despertar el sentido de la reverencia, es decir, trascender la superficie de lo bonito u ornamental que place, para amar lo que sólo es amable. En una época depauperada por el utilitarismo, por el afán de reducir la realidad a lo objetual o cósico de ella, los valores se inventan, vulgarizan, desacralizan. Sin reverencia no hay filosofía, consecuentemente, no habrá educación.
Reverencia, acogimiento, recogimiento y sobrecogimiento son propios de todo amor; son el juego de la trascendencia de ser. Sin respeto por lo real, por la verdad, bien y belleza que pertenecen a la realidad, no hay perspectiva sino dispersión; no hay convicción, sino consenso y conveniencia.
El filósofo, poseído por el poder de lo real, se realiza en su tensión amante hacia ella; su actitud para con la realidad es análoga a la del amante para con el amado: reverencia, trascendencia, acogimiento… El hombre de vocación educativa, amante del Universo, anhela su cultivo cultivando cultivadores; se profesa, profesando lo humano mismo: es el profesional de profesionales.

Reverencia: Ante el poder de lo real, el educador - filósofo amante de la verdad, extasiado, vislumbra en cada realidad lo fontano de ellas: es el encuentro más profundo; una especie de impacto con lo misterioso mismo, con aquello que supera la razón humana… Allí, entre él y la realidad, no puede haber sino respeto y agradecimiento por el ser mismo sobre el cual no tiene el dominio de su principio pues le ha sido donado. Surge entonces la reverencia. La reverencia aúna distancia y cercanía; distancia que no es lejanía sino respeto y cercanía que no es adueñamiento o fusión sino encuentro. El respeto posibilita la contemplación de la realidad; el descubrimiento que no desgaja ni reduce; que lleva al asombro y, desde éste, a la admiración ante lo valioso de ella. La reverencia expresa el vínculo del amante con lo amado; con la realidad como fin y no como medio. Es el encuentro con la realidad, con la verdad real, el fin del filosofar y del educar; pues la sola presencia de ella regocija a todo ser que está preparado para el goce de la belleza.
Acogimiento: Sin otra intención que descubrir para amar, sin reducciones o prejuicios, el filósofo educador o, educador que filosofa, pone a disposición su amor y entendimiento para recibir la realidad que se ofrece ante su entendimiento. Sabemos que sólo podemos acogerla y atenderla en nuestra intimidad. Su nobleza, sus misterios, nos hacen sentirla insondable…Entonces, nos recogemos para otorgarle nuestra dedicación sin intrusos que alteren nuestra intención: admirarla, cultivarla… Es el recogimiento que acuna los grandes misterios que remecen nuestra alma ante la plenitud de la creación…

EDUCACIÓN Y FELICIDAD
Un hombre, desvinculado de toda realidad, despojándose de su dignidad personal, reduciendo el Universo a un mundo asible, útil y aparente, busca una felicidad no perecedera. Sin embargo, tras programas, planes o proyectos que se pone como meta de vida, sólo logra bienestar, placer, euforia, alegría por unos momentos más o menos prolongados.
Cada meta lograda, crea en él la ilusión de alcanzar una felicidad infinita. Pero, es, entonces, cuando se da cuenta que se ha movido en un nivel de finitud que le apresa en lo momentáneo y que, tras la celebración o embriaguez de un pequeño o gran éxito, viene nuevamente esa tensión de infinito y esa sensación de vacío, soledad, insatisfacción o hastío. Casi podría decir que era más feliz durante sus sueños y lucha por construirlos que ahora; una vez logrados…
De pronto, el hombre toma consciencia de sí, de su diferencia de anhelos, de amores, de vocación, de trascendencia. Sí; cuando niño o adolescente, soñábamos con logros para sí, para los nuestros e incluso para toda la humanidad. Ya jóvenes, con grandes ideales, comprometíamos nuestra vida por “todos”, por no ser uno más del montón de ególatras y dar de sí, si era necesario, la vida. Pero, simultáneamente, nuestras experiencias de vida, una y otra vez; empiezan a llevarnos al dolor de la impotencia; a sentirnos defraudados ante las respuesta de aquellos que creíamos nuestros amigos de ruta o agradecidos; incluso, lo que es más fuerte aún, nos decepcionamos de nosotros mismos: de nuestras debilidades, de nuestras respuestas…
Entonces viene la crisis, aquella que marcará nuestras vidas: la oportunidad de renunciar a nuestros ideales o seguir adelante y crecer. También vienen una serie de preguntas: ¿Por qué yo? ¿Por qué la vida es así? ¿Por qué me duele el dolor de los demás; en cambio pareciera que el vive para sí es más feliz? ¿Más feliz? ¿Puede ser más feliz quien ha renunciado a lo mejor de sí; pero qué es lo mejor de sí? ¿Qué piensa o siente el hombre que ha renunciado a todo auténtico ideal; qué encuentra dentro de sí y qué es un ideal? ¿No será mejor no pensar, huir de todo sueño, de los otros y de sí?
Víctor Frankl decía que la felicidad no se busca; que llega como un don cuando te pones como propósito dar lo mejor de ti. Por mi parte, y sustentándome en este pensamiento, la forma de vivir la vida me ha permitido descubrir que los obstáculos, problemas o el sufrimiento no mitigan la felicidad; sino que forman parte de “escenas” de nuestra vida, si tenemos como base y horizonte un sentido, un amor que trasciende cada acto: el sentido de vivir, o mejor dicho, el misterio del sentido de nuestra existencia. Educar para ser mejor, para realizarnos como personas, para cumplir con nuestra misión o sentido de existencia; educar para amar, para hacernos copartícipes de la creación…. ¿Tiene entonces una relación la educación con la felicidad? Hoy, que se cuestiona la calidad de la educación, ¿somos más felices?

Actividades Aula VI
Para realizar estas actividades, primero deben leerlas, entenderlas y discutirlas con los otros integrantes del equipo. Pueden decidir trabajar todas las preguntas en conjunto, o bien, dividirse el trabajo. Las respuestas deben hacer uso del lenguaje filosófico en forma correcta, considerando las materias a estudiar en la Primera y Segunda Unidad.
Si trabajan equipos de hasta 5 integrantes, obligatorias son: 1- 2- 3 – 4 – 6 – 8

1. Enuncie las ideas principales. El día de la exposición deberá proyectarlas, explicarlas y, si es importante, ejemplificar.
2. Busque una obra de arte que exprese alguna de esas ideas. Fundamente su elección, analizando la obra de arte presentada.
3. Elabore un ensayo que exprese su pensamiento, preocupaciones, propuestas, anhelos, visión, retos educativos, etc., considerando las ideas expuestas en 1.
4. A la luz de la reflexión derivada de la lectura de esta Aula, realice una crítica a la educación actual en tres aspectos.
5. .Complementen con la lectura de Viktor Frankl: El hombre en busca de sentido. (ver online) Extraiga 3 ideas que pueda relacionar con la educación.
6. Reflexione
a) ¿Cuáles son las confusiones que tiene el hombre respecto lo que es felicidad? ¿Cuáles son los mayores obstáculos que debemos superar para ser felices?
b) ¿Cuál debiera ser la relación entre educación y felicidad?
c) ¿Es hoy más difícil sostener un ideal y ser feliz?
7. Elabore el decálogo del educador actual.
8. Considerando el Aula y las actividades realizadas, realice al menos una entrevista (aprox. 3 preguntas) a un educador y a otro profesional de un área distinta. Transcriba lo principal de ambas entrevistas y su conclusión.